EL MOUSOLEO DE HALICARNASO Y LOS ARQUEROS DE SUSA.
A diferencia de los palacios de Persépolis, en los que se empleó la piedra, en Susa se utilizaron los ladrillos esmaltados, dentro de la gran tradición babilónica. Persépolis está situada en la meseta persa, en el núcleo original del imperio; Susa se alza en el país elamita, muy cerca de Mesopotamia, país de la arcilla, en un nuevo ambiente dentro de antiguas tradiciones. El resultado que se consigue en la decoración de los palacios es, por consiguiente, distinto, demostración palpable, además, del eclecticismo del dominador aqueménide integrador de culturas. En la técnica del ladrillo esmaltado los ceramistas persas empleaban un método original. No utilizaban arcilla, sino arena y cal, que sometían a una primera cocción, tras la cual dibujaban el contorno de las figuras con esmalte azul y realizaban una nueva cocción; finalmente rellenaban el interior de las figuras con el color o colores elegidos y cocían los ladrillos por última vez.
En Susa se abandona la sobriedad de Persépolis. Susa es luz y colorido. Una atmósfera mágica, hecha de simbolismos, de tonos irreales maravillosamente combinados que al choque de la luz vibran intensos, invade el palacio. Los temas decorativos varían respecto a Persépolis. Predominan los animales fabulosos: cabeza de hiena, cuernos de carnero, cuerpo de toro, patas anteriores de león y posteriores de águila y alas; tonos ocres, amarillos y verdes contribuyen a hacer aún más fantásticos estos animales de claro trasfondo babilónico. Esfinges enfrentadas con tiaras de cuernos vigilan impasibles las puertas. Como en Persépolis, la guardia imperial acompaña a su emperador, pero ni cortesanos ni tributarios están presentes.
Son los Inmortales, realmente inmortalizados en este maravilloso Friso de los Arqueros reconstruido en el Louvre. Impasibles, pero de grandes ojos atentos, montan guardia en actitud de espera; morenos de piel los del Norte, blancos los del Sur, suntuosamente vestidos de seda blanca o amarilla bordada con castilletes o estrellas de ocho puntas. Estos arqueros formaban parte probablemente de la guardia personal del rey persa. Puesto que los elamitas y los persas utilizaban trajes similares, en algunas ocasiones fueron identificados como elamitas.
Arqueros de suntuosa vestimenta, armados con lanzas y enormes arcos, estatismo vigilante, porte marcial, filas de inmortales que parecen repetirse hasta el infinito.
El friso de los arqueros adornaba las paredes del palacio real de Susa. El palacio de Susa fue ordenado construir por el rey Darío I, que traslado la residencia real y la capitalidad del Imperio persa, desde Pasargada hasta Susa. En la actualidad podemos disfrutar de ellos en el parisino Museo de Louvre.
El friso es un excepcional ejemplo de cerámica vidriada policromada, realizada a partir de ladrillo cocido y esmaltado. Esta técnica tiene su origen en tradiciones anteriores mesopotámicas, asirias y especialmente babilonias. Su antecedente más claro es Babilonia, el propio Darío escribirá que artesanos babilonios se encargaron de los ladrillos de Susa.
En Susa se abandona la sobriedad de Persépolis. Susa es luz y colorido. Una atmósfera mágica, hecha de simbolismos, de tonos irreales maravillosamente combinados que al choque de la luz vibran intensos, invade el palacio. Los temas decorativos varían respecto a Persépolis. Predominan los animales fabulosos: cabeza de hiena, cuernos de carnero, cuerpo de toro, patas anteriores de león y posteriores de águila y alas; tonos ocres, amarillos y verdes contribuyen a hacer aún más fantásticos estos animales de claro trasfondo babilónico. Esfinges enfrentadas con tiaras de cuernos vigilan impasibles las puertas. Como en Persépolis, la guardia imperial acompaña a su emperador, pero ni cortesanos ni tributarios están presentes.
Son los Inmortales, realmente inmortalizados en este maravilloso Friso de los Arqueros reconstruido en el Louvre. Impasibles, pero de grandes ojos atentos, montan guardia en actitud de espera; morenos de piel los del Norte, blancos los del Sur, suntuosamente vestidos de seda blanca o amarilla bordada con castilletes o estrellas de ocho puntas. Estos arqueros formaban parte probablemente de la guardia personal del rey persa. Puesto que los elamitas y los persas utilizaban trajes similares, en algunas ocasiones fueron identificados como elamitas.
Arqueros de suntuosa vestimenta, armados con lanzas y enormes arcos, estatismo vigilante, porte marcial, filas de inmortales que parecen repetirse hasta el infinito.
El friso de los arqueros adornaba las paredes del palacio real de Susa. El palacio de Susa fue ordenado construir por el rey Darío I, que traslado la residencia real y la capitalidad del Imperio persa, desde Pasargada hasta Susa. En la actualidad podemos disfrutar de ellos en el parisino Museo de Louvre.
El friso es un excepcional ejemplo de cerámica vidriada policromada, realizada a partir de ladrillo cocido y esmaltado. Esta técnica tiene su origen en tradiciones anteriores mesopotámicas, asirias y especialmente babilonias. Su antecedente más claro es Babilonia, el propio Darío escribirá que artesanos babilonios se encargaron de los ladrillos de Susa.
Los arqueros, muy posiblemente integrantes de los famosos "Inmortales" llevan colgados el arco y el carcaj, y con ambas manos sostienen largas lanzas. Ataviados con piel de felino, luciendo hermosos peinados y enjoyados con brazalete, son un ejemplo más de la, no tan utópica, suntuosidad persa, que incluso lleva bien vestidos a los hombres que se dirigen a la guerra.
Cada uno de los infantes mide aproximadamente metro y medio, y son prácticamente iguales, tan solo diferente en el armamento y en la ornamentación.
El friso recoge el movimiento estático (o pausado), arcaísmos anatómicos y la repetición en serie, elementos característicos del relieve persa. En definitiva una de las más famosas muestras del arte aqueménide.
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